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Tu pequeña estrella

Tu pequeña estrella

No sé lo que te preocupa... pero me preocupa. Me gustaría que te dieras cuenta de que no todo son paisajes desolados. Tú mismo me mostraste los más hermosos lugares, y me guiaste al más maravilloso de todos. Tu corazón.
Siempre discutimos con las personas que más queremos, y algún día nos tocará a nosotros. En nuestra mano estará el saber utilizar esas peleas para enriquecernos de ellas, para afianzarnos como pareja, para seguir mirando siempre hacia delante.
No te sientas perdido en el caos. No tengas miedo si no ves ningún oasis cerca.
Déjame ser tu pequeña estrella en el desierto hoy... sigue mi estela, si lo haces bien, esta vez seré yo quién te guíe, a dónde tú y yo estemos juntos, mirándonos en silencio, sonriendo, a la sombra de altas palmeras, a la orilla de un cristalino lago. Esta vez, déjame guiarte a mí, hacia el más dulce, cálido y profundo de los sueños. Y cuando despiertes mira al mundo con energías renovadas... todo será diferente por la mañana.

Dónde

Dónde

Hoy no estoy donde te veo, pero da igual pues ahí estuve en toda forma. Justo en el hermoso detalle en que la tierra se entrega al mar no sin las más pictóricas rocas la tierra, no sin las mejores olas esculpidas el mar. Allí estás, donde a pesar de que el mar se agolpa en todo el horizonte el eco resuena en infantiles secretos, donde se puede uno limpiar del todo con el viento justo arriba del peligro de la marea, sobre el puente donde se une el continente con el curso de los barcos mar adentro.

Se te ve en los momentos más esperados del paisaje, cuando uno no conforme con la majestuosidad del océano frente a sus ojos espera la hermosa violencia de las olas asesinando las rocas. El momento que de niño uno espera para volver a casa habiendo salido de ella solo por un arcoiris, pero que una vez visto el halo de tu resplandor solo se hace posible regresar cuando se aquietan las aguas, pues imposible se hace salirse de tu encanto. Y acontece el día, acontece la puesta de Sol con metálicas nubes al rojo, sin que a uno importe si le buscan o si es tarde para prepararse para la nada porque uno en realidad no lo sabía, pero salió a buscar como el orgulloso pescador incapaz de volver a tierra sin un gran tesoro, salió a buscarse y a encontrar.

Ahí te erguías tú, como protegiendo las pisadas para que todas tuvieran sentido, para que todas me llevaran hacia ti y entonces no pude sino enorgullecerme de mi caminar sobre las rocas. Pero daba igual la elegancia, daba igual la agilidad y la habilidad para adentrarse en el reino del viento y del agua. Algo más se respira de ti en el portal...

Tanto espacio aéreo para emprender cualquier tipo de vuelo a gusto propio y aun así de cualquier forma habría errado el camino pues el horizonte era en esa playa nada más que la línea que era mientras que el que se sembraba a mi espalda sí que era un sendero infinito. Equivocadas las gaviotas vuelan de norte a sur y de sur a norte aquí. Equivocados los ríos aquí marchan de oriente a poniente sin siquiera dudar con una vuelta atrás. Equivocadas las carreteras se esparcen por todo el país y más allá y equivocados los aviones despegan y aterrizan con indiferencia. En todos lados te buscan aquí, pero ni al norte ni al sur, ni de este a oeste, ni de arriba a abajo, ni en el país ni más allá podrán a ti encontrarte. Porque fuiste a quien no le importó la noche ni el frío ni el viento, y te ha dado igual no dejar de caminar sobre el puente que une el continente con el curso de los barcos.

Allí te encontré yo muchas veces, cuando de niño me lanzaba solo al umbral y gustaba de levantar las rocas y ver para mí compartido el mundo secreto. Allí donde me era indiferente el tiempo, donde los atardeceres gloriosos se presentaban uno tras otro. Te conocí donde nunca pude pronunciar palabra si palabra había que pronunciar. Te conocí sin saber si te había encontrado o si me faltaba todo un universo por descubrir, pero por conocerte entendí que no necesariamente sabía lo que sabía, pero necesariamente jamás podría alejarme de lo único que me enseñó la palabra que a lo mejor cabe pronunciar hasta en el puente que une el continente con el curso de los barcos, el nombre que las olas nunca han escuchado y por el que habrán de descansar por siempre.

El verbo que me enseñó a vivir en vez de la inutilidad de definir la vida. Cuando también caigan las nubes en el mar, y se apacigüe el calor de su metal, cuando todo astro renazca de la unión, juntos veremos cada día cómo las hojas vuelven a las copas de los árboles que las obligaron a caer y entonces verás cómo el mundo y yo, los dos giramos a tu alrededor.

Y ahora qué?

Y ahora qué?

No sé cómo he llegado a esto. A este lugar, a esta hora, con estos sentimientos cruzados. Me siento como un perro abandonado a su suerte, en el boulevard de los sueños rotos, donde pasan de largo los terremotos, los barrenderos y las estrellas del pop. Ni siquiera Joaquín Sabina pasa por aquí, ni Pedro Guerra cantando a Aute. Éramos gotas de lluvia, dije. Gotas que caían de Dios sabe dónde y que se juntaban con otros millones y millones de gotas para formar aquello que llamamos mar. Gotas que se buscaban unas a otras, pero que entre tanta gota no se encontraban. Y es ahora, en la soledad de mi cuarto, cuando entiendo que sólo soy una gota de lluvia (si es que llego a esa categoría claro). No sé en qué día vivo ni qué hora es. Ni me importa ya. Porque no soy nadie para nadie, porque a nadie importo. Y en un intento frustrado por devolverle la pelota a la vida, trato de que nada me importe a mí. He muerto y todos lo saben, aunque nadie quiere decírmelo, porque no es plato de buen gusto decirle a nadie "Ey!!! Has palmado, de qué color quieres la caja, te gusta más de pino o de roble?". Pero no me hace falta que nadie me lo diga. Yo lo sé. Y eso es más que suficiente. Fui atardecer y van a dar las 12 de la noche en el reloj de mi vida. Y no quiero soltar ni una lágrima... ya derramé bastantes por otros. Ni una lágrima por mí. Creí tener el mundo entre mis manos... un día.